Debo reconocer que este ultimo tiempo no he tenido tiempo para abrir este mi rincón, y leer lo que me salga de los ovarios, ya sabrán el motivo. Pero eso no quiere decir que mi cabeza deja de dar vuelta e imaginar las cosas mas insospechadas.
El perro negro, el de la familia pobre. Dormía en el fango, era feo
y con unos rizos lleno de pegotones.
El perro negro, ladraba a las bicicletas, siempre estaba solo,
pero era libre.
Lo recogieron para que jugara con los niños pobres
y comía las sobras de los guisos del mediodía
o agua con pan duro en una olla destartalada.
Bebía del grifo de los patios vecinos
o de los charcos.
Todas las noches, cuando el silencio se adueñaba del barrio
el perro negro, se sentaba en la esquina a contemplar el cielo negro.
Esas mismas noches, yo me asomaba por la ventana para ver si ya estaba allí
y luego me dormía tranquila pensando que el perro de la luna cuidaría de mi.
El lo sabía.
y con unos rizos lleno de pegotones.
El perro negro, ladraba a las bicicletas, siempre estaba solo,
pero era libre.
Lo recogieron para que jugara con los niños pobres
y comía las sobras de los guisos del mediodía
o agua con pan duro en una olla destartalada.
Bebía del grifo de los patios vecinos
o de los charcos.
Todas las noches, cuando el silencio se adueñaba del barrio
el perro negro, se sentaba en la esquina a contemplar el cielo negro.
Esas mismas noches, yo me asomaba por la ventana para ver si ya estaba allí
y luego me dormía tranquila pensando que el perro de la luna cuidaría de mi.
El lo sabía.
Volveré a las pampas a empaparme de las raíces patagónicas.
Me esperan los cielos anaranjados
los mates con mis padres
las calles anchas y los colectivos rojos.
Las cervezas en la plaza, las montañas azules
el aire puro y los acordes nostálgicos de la guitarra.
Me quedaré en la esquina de los encuentros, esperando
al perro de la luna.
Me esperan los cielos anaranjados
los mates con mis padres
las calles anchas y los colectivos rojos.
Las cervezas en la plaza, las montañas azules
el aire puro y los acordes nostálgicos de la guitarra.
Me quedaré en la esquina de los encuentros, esperando
al perro de la luna.
hasta pronto....
Buen viaje Verónika.
ResponderEliminarQue disfrutes sin descanso.
Besos.
Lo bueno del perro del barrio es que tiene muchos dueños, no solo uno, y elige dónde quiere estar. Bellas tus letras cursivas, muy bien narrado.
ResponderEliminarRespecto a las letras imprentas, que sea para bien, y si anda por Bs. As., que la ciudad no la perdone. Besos.
¡¡¡VeK!!!
ResponderEliminarEl perro que yo conocí, fue un perro rabioso, gris, con mirada de lobo desconfiado. Quizás tenía algo de lobo, por eso un buen día desapareció sin mas, yo creo que asqueado de la gente, de la ciudad, para buscar su manada en las montañas.
Tu también te vas con "tu manada" a disfrutar de las montañas y de su increible cielo azul. Todo eso que cuentas, es envidiable amiga!!.
Un abrazo y... un bombón (sin alcohol).
Que vaya bien el viaje y descansa, disfruta...
ResponderEliminarun beso
feliz desconexion..
ResponderEliminarParece un sueño, no me extraña que quieras ir. Disfrútalo mucho y hasta pronto. Besos.
ResponderEliminarvolver también es irse...o al revés...
ResponderEliminarbesos y abrazos! fuertes,muy fuertes!*
(dibujá una rayuela en el patio de tu casa y pegate unos saltos hasta el cielo neuquino)
De ti depende que la esquina sea una arista o un rincón.
ResponderEliminarDisfruta mucho de este retorno, que la distancia es cada año mayor.
ResponderEliminarUn beso
Que lo disfrutes con la misma intensidad que se disfrutan los sueños, los buenos y deseados, claro, un abrazo
ResponderEliminarpasatelo bien putilla, estarems esperandote
ResponderEliminarVuelveeeeee y tráetelo todo.
ResponderEliminarSorpréndete de lo que veas, no hay mejor manera de volver.
ResponderEliminarque lindo resumio su regreso patagonico. Quiero volver tambien.
ResponderEliminarQué descanses, te esperamos.
ResponderEliminarUn beso
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSolo he visto Patagonia en fotos, me parece tan fascinante como inquietante.
ResponderEliminarTodo cambia cuando son los paisajes de la infancia, ya no sabemos cuánto son ellos, cuanto nosotras.